domingo, 2 de noviembre de 2008

Como a la mayoría de las personas, me han estado a punto de atropellar bicicletas, carros, y microbuses. He tenido algunas operaciones, la más reciente y molesta fue un anerisma en la pierna, hace tres años. También he vivido la muerte de seres cercanos y queridos. Alguna vez durante mi idílica juventud (ja!) me interesó el budismo y leí como 15 libros, también intenté ir a un taller de meditación pero Eduardo Charpenel insistió una y otra vez con que nos fuéramos a la mitad para ir al mercado de las quesadillas. Un tiempo pensé que las enfermeras comprenderían estas cosas, pero hace poco escuché que hacen bromas al respecto (o le giran la cadera a una ancianita para que grite y poderla grabar y ponerla como tono de celular... historia real). Como última parte del preámbulo, quiero señalar que he vivido también en los paisajes ese fenómeno que varios sienten, que es sentirse insignifcante frente a objetos muy grandes. Eso me pasó en particular con un gigantesco témpano de hielo que contemplé, de hecho, un mes antes de que me operaran la arteria.
Sin embargo nunca había tenido una intuición tan clara de la fragilidad humana como antier, que me pasó una motocicleta algo cerca mientras estaba parado esperando cruzar la calle. No estuvo a punto de golpearme, ni siquiera me asustó, pero tuve una conciencia clara de lo que hubiera dolido un buen golpe (al menos más clara que lo habitual). Quizá es porque hace unos días alguien me mostró la foto de un amigo suyo antes de morir (recientemente) y una foto que un diario publicó del accidente, con el carro compactado y una pierna asomándose por la ventana. Sin embargo, repito, lo curioso es que la intuición llegó con la moto. Y no era algo tan relacionado con la mortalidad. En cierto modo tener conciencia de que uno se va a morir es -en comparación- más fácil.
Como dato curioso, un importante filósofo moral de la segunda mitad del siglo XX llamado Alasdaire McIntyre escribió un libro muy famoso -ya clásico- titluado After Virtue, y luego años después consideró que su desarrollo ahí expuesto estaba mal por no haber tomado en cuenta la fragilidad humana. De hecho, considera que (casi) toda la ética escrita en occidente está equivocada en principio por cometer el mismo error (y parte de ello es porque los tullidos no son ellos los tullidos sino nosotros los tullidos, comento yo en espíritu cortazariano).
Y no es que no tengamos dolencias, sino que pensamos que son pequeñas manchas en el entramado de la vida, y en realidad son parte de su misma urdimbre.

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